LA CONDUCTA SEXUALTienden a suponer que la conducta sexual esta determinada biológicamente. Muchos creen que el impulso sexual es una fuerza poderosa (tan urgente como el hambre y la sed), que el sexo juega un papel central en la vida de todos los adultos, y que cada uno tiene un destino heterosexual.
En realidad, el "impulso sexual" es altamente variable a través de las culturas; El antropólogo
Karl Heider (1976) estudió una sociedad en la cual la gente simplemente no estaba interesada en el sexo. Como muchos otros grupos que no tienen recursos para control de la natalidad,
los Dani de Nueva Guinea practican un tabú a las relaciones sexuales posparto (es decir, la cópula está prohibida por un cierto periodo después del nacimiento de un niño).

En la mayoría de las sociedades en que ocurre esto, este tabú dura aproximadamente dos años. En la sociedad
Dani dura de cuatro a seis años.
Heider no encontró indicio de que los
Dani compensaran la suspensión de las relaciones conyugales con relaciones extramaritales, relaciones homosexuales o masturbación. Ni que ellos mostraran signos de tensión o infelicidad. Los periodos de celibato largos les parecen normales y naturales.
En contraste,
los Aranda de Australia consideran normal hacer el amor, dormir, luego volver a hacer el amor, tres a cinco veces por noche, todas las noches.Las técnicas sexuales, las normas de atracción sexual, las actitudes hacía la masturbación y los roles que juegan hombres y mujeres en relacio¬nes sexuales también varían entre las sociedades.
Los Tonga de África encuentran desagradable el besarse; los Siriono de Sudamérica encuentran excitante el noviazgo (quitar garrapatas y espinas del cuerpo de la pareja y piojos de su cabello).

En las islas Trobriand del Pacífico del Sur, los hombres declaran que viven en constante temor de ser víctimas de "violación múltiple" por pandillas de mujeres.
Las variaciones en la conducta sexual a través de las culturas ilustran tanto la flexibilidad de la conducta como la fuerza de la culturización
La India: un mundo diferente -El concepto que cada ser humano tiene del mundo es un producto cultural. O, si se quiere precisar, depende de una estructura de productos culturales que en conjunto forman una cultura, como una serie de ladrillos debidamente ordenados forman un muro. Productos culturales son la moral, la religión y la dieta, por ejemplo, que a veces, en efecto, forman un muro contra la sabiduría y la cultura. A las mujeres saudíes les parece normal ser una esposa más y vivir en la misma casa con las otras esposas porque desde niñas crecieron con varias mamás y un solo papá y eso, para ellas, es lo natural. Los niños que nacen y viven en una familia católica son católicos con la misma fe y la misma sinceridad y fuerza interna con la que los niños nacidos en un hogar musulmán son musulmanes y los que nacen en la India de familias hinduistas son hinduistas.

Pero la dependencia de un producto cultural no significa necesariamente que lo que se nos dice en su nombre sea cierto. Así, por ejemplo, aunque algunos católicos creen de buena fe que su religión es la mayoritaria en el mundo los hechos demuestran que no es así y que cada día disminuye el número de sus devotos. Cabe la duda de si la lucha que lleva la Iglesia Católica de América Latina contra el control de la natalidad no estará motivada por el temor a perder feligreses, los hechos hablan.
Aquéllos que de niños vieron que en su casa sus mayores comían con naturalidad carne de serpiente, ya fuese en China y México (en Tabasco o en Monterrey) mientras que otros serían capaces de morir de hambre antes que hacerlo. Y lo mismo puede decirse de cualquier otra clase de alimento, variando cada ejemplo según las latitudes y las costumbres. Incluso un alimento conocido y normal como los huevos de gallina, miles -¿millones?- de personas se negarán a comerlos en Occidente si son presentados de color verde, como los preparan -deliciosamente, por cierto- en China. Todo consiste en los valores de cada quien en relación con los productos culturales, que no dependen de la raza ni de la nacionalidad ni del origen familiar.
La naturaleza del ser humano lleva consigo la creencia –a veces la seguridad- de que sus productos culturales (su educación, su moral, su religión, sus costumbres) son mucho mejores que los de otros y, por lo tanto, los únicos buenos y los únicos valiosos. Lo cual no es consecuencia del razonamiento, sino de la fuerza de la educación recibida, de la existencia vivida, de lo que nos han impuesto. Nadie, ni siquiera las excepciones, se libra por completo de la implicación de esas influencias.